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Leyendas mexicanas para niños

Once leyendas tradicionales de México que transmiten valores esenciales a los niños.

Once leyendas tradicionales de México que transmiten valores esenciales a los niños.
Grupo Zócalo
ZOCALO | MONCLOVA
07-01-2023
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Ciudad de México.- Te compartimos una serie de leyendas mexicanas para niños que nos hablan de diferentes aspectos de la cultura mexicana. Historias relacionadas en su mayoría con el mundo prehispánico y con las que los niños podrán aprender historia y a la vez disfrutar de su tiempo libre con entretenidos relatos educativos.

¿Cuáles son los beneficios de enseñarles leyendas a los niños?

Son historias que pueden ser muy interesantes para ellos, enseñan valores familiares, despiertan su capacidad de imaginación e incluso pueden ayudar a fortalecer el vínculo entre padres e hijos.

Disfrutar de las leyendas mexicanas con los niños

Las leyendas son historias, normalmente muy antiguas, que van pasando de generación en generación, por lo general, a través de la tradición oral. Aunque muchas veces se desconoce su origen y el autor, estos relatos están tan arraigados en las raíces de una zona o comunidad que forma parte de su cultura. Algunas leyendas hablan sobre la naturaleza e intentan explicar sus fenómenos más misteriosos. Otras transmiten valores que debemos respetar…

Las leyendas nos aportan sabiduría, de ahí la importancia de compartirlas con nuestros hijos. En este caso, al contarles estas leyendas mexicanas conseguimos que se interesen y conozcan más sobre este asombroso país. No hay mejor forma de incentivar su curiosidad.

Y, ¿cuándo es el mejor momento para leer estas leyendas con los niños? ¡Cualquiera! Puede ser una bonita forma para despertarse, y tener un pensamiento sobre el que reflexionar a lo largo del día. Pero también puede ser un plan divertido a media tarde, gracias al cual compartimos un momento muy especial en familia. Y, por supuesto, es un cuento perfecto para antes de dormir.

¡Lo importante es disfrutar al máximo con estas leyendas mexicanas!

El sol y la luna

Cuenta la leyenda que cuando la tierra estaba en la oscuridad, era siempre de noche. Los más poderosos, que vivían en el cielo, se reunieron para crear el Sol y que hubiera luz en la Tierra. Se citaron en Teotihuacán, una ciudad que había en el cielo. Bajo ella, como un reflejo, estaba la ciudad mexicana del mismo nombre.

Se dice que en esa ciudad celeste de Teotihuacán, encendieron una enorme hoguera. Aquel poderoso que quisiera convertirse en el Sol, debía saltar esta hoguera para resurgir como el Sol.

Se presentaron dos candidatos para ser el Sol: el Primero era grande, fuerte, hermoso y rico y además, estaba vestido con ropas de lujo y adornado con piedras preciosas. Este ofrecía a sus compañeros oro y joyas como muestra de su orgullo.

Por otro lado, el Segundo era pequeño, débil, feo y pobre; su piel estaba cubierta de llagas, y estaba vestido con su ropa de trabajo. Como el Segundo era un ser muy pobre, sólo podía ofrecer la sangre de su corazón, sus buenos y humildes sentimientos.

Cuando llegó la hora de saltar la enorme hoguera, el grande y rico no se atrevió, tuvo miedo y salió corriendo, sin embargo, el Segundo, que era muy valiente, dio un salto enorme sobre la hoguera y salió convertido en el Sol.

El Primer candidato al verlo convertido en sol, sintió vergüenza y sin pensarlo mucho tomó carrerilla y saltó la hoguera. Y en el cielo apareció un segundo Sol. Los demás Poderosos estuvieron de acuerdo de que no podían existir dos soles en el firmamento, así que decidieron apagar al Segundo, para eso, tomaron un Conejo por las patas y con mucha fuerza lo lanzaron contra el segundo Sol. El brillo de este disminuyó rápidamente y tras poco tiempo, se convirtió en la Luna.

Si te fijas bien, durante los días de luna llena, puedes ver la figura de un conejo, que es el que acabó con el segundo solo dio vida a la luna.

La leyenda del maíz

Cuenta la leyenda que Quezalcóatl no quiso emplear la fuerza, sino la inteligencia y la astucia, y se transformó en una hormiga negra. Decidió dirigirse a las montañas acompañado de una hormiga roja, dispuesto a conseguir el maíz para su pueblo.

Tras mucho esfuerzo y sin perder el ánimo, Quezalcóatl subió las montañas y cuando llegó a su destino, cogió entre sus mandíbulas un grano maduro de maíz e inició el duro regreso. Entregó el grano a los aztecas que plantaron la semilla, y desde entonces, tuvieron maíz para alimentarse.

Los indios indígenas se convirtieron en un pueblo próspero y feliz para siempre y desde entonces fueron fieles al dios Quetzalcóatl, al que jamás dejaron de adorar por haberles ayudado cuando más lo necesitaban.

El conejo de la luna

Hace siglos, Quetzalcóatl, el Dios grande y bueno, decidió viajar por todo el mundo transformado en una persona humana para evitar ser reconocido. Caminó por montañas, bosques, conoció mares y ríos, y como no había parado todo un día, a la caída de la tarde decidió descansar ya que se sentía fatigado y con hambre. Así que se sentó a la orilla del camino, hasta que se hizo de noche y las estrellas comenzaron a brillar, y una luna anaranjada se asomó a la ventana de los cielos. 

Estaba allí descansando y observando la belleza de la naturaleza, cuando de repente vio a un conejito a su lado, mirándole, y masticando algo que llevaba entre los dientes.

– ¿Qué estás comiendo?, – le preguntó.

– Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?

– Gracias, pero yo no como zacate.

– ¿Qué vas a comer entonces?

– Morirme tal vez de hambre y de sed, si no encuentro nada que llevarme a la boca.

El conejito, no satisfecho ni de acuerdo con lo que acababa de escuchar, se acercó a Quetzalcóatl y le dijo:

– Mira, yo no soy más que un conejito pequeño, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.

Entonces el dios, conmovido e impresionado con la bondad del conejo, lo acarició y le dijo:

– Tus palabras me emocionan tanto, tanto que a partir de hoy tú no serás solo un conejito más en la tierra, serás muy recordado y reconocido por todo el mundo y para siempre, porque te lo mereces por lo bueno y generoso que eres.

Entonces el dios tomó al conejito en brazos, lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, hasta que su figura quedó estampada en la superficie de la luna. Luego, el dios lo bajó a la tierra y le dijo:

– Ahí tienes tu retrato en luz, para que todos los hombres tengan siempre tu recuerdo.

Y la promesa del dios se cumplió. Cuando miras a la luna llena en una noche despejada podrás ver la silueta del conejo que hace siglos quiso ayudar al dios Quetzalcóatl.

La flor de nochebuena

Cuenta una leyenda que hace mucho, mucho tiempo, en un pequeño pueblo de México, todos los habitantes se reunían en la iglesia cada año durante el nacimiento de Jesús para dejarle algún regalo.

A Pablo le encantaba aquella tradición. Todos los años veía llegar a muchas personas desde muy lejos con regalos hermosos: cestas de fruta, ropa, algún juguete… Pero según pasaban los años, Pablo se ponía más y más triste. Él sólo veía como todos iban y depositaban sus regalos pero él no tenía nada que regalar, él era muy pobre y eso lo hacía sentir mal.

Pablo quiso esconderse para evitar que otro miraran que no tenía nada que dar, fue y se escondió en un rincón de la iglesia y comenzó a llorar, pero pronto de sus lágrimas que habían caído al suelo, comenzó a brotar una hermosa flor con pétalos rojos.

Pablo comprendió que aquella flor era un regalo de Dios, para que Pablo se la regalara al niño Jesús. Contento fue y deposito aquella flor juntos con los demás regalos, pero manteniendo el secreto que había nacido de sus lágrimas.

El resto de personas, al ver aquella planta tan bella, decidieron llevar una idéntica cada año. Ese gesto, poco a poco, se convirtió en una tradición, y hoy en todos los hogares, una bella flor de Pascua deslumbra a todos con sus intensas hojas rojas.

Leyenda para niños sobre las posadas

Era la época del emperador romano Augusto. Este emperador, un día, decidió hacer un censo de la población, y anotar el nombre y apellido de cada uno de los habitantes. Así que toda la gente tuvo que acudir al pueblo en donde había nacido. La Virgen María por entonces estaba embarazada y tuvo que partir junto a su marido, San José, hacia Belén, pueblo de nacimiento de ambos.

María estaba a punto de dar a luz, y llegaron a Belén una fría noche del 24 de diciembre. A su marido, San José, le preocupaba el estado de su mujer, así que llamó a la posada más rica de todo Belén.

– En el nombre del cielo,- dijo al posadero- pido posada, porque ya no puede andar más mi mujer amada.

El posadero le miró de arriba a abajo y respondió:

– Aquí no es mesón, sigan adelante. Yo no puedo abrirle, no vaya a ser un buen tunante.

– No seas inhumano – insistió San José  – Ten caridad. El reino de los cielos te lo premiará.

– Ya se pueden ir y dejar de molestar – contestó más enfadado el posadero – Si me enfado más, les voy a apalear.

Así que San José y la Virgen se pusieron en marcha, en busca de otro lugar en donde cobijarse. Así es como llegaron a la posada de los peregrinos. San José llamó a la puerta:

– Soy carpintero y me llamo José. Venimos rendidos desde Nazaret.

– No me importa su nombre. Lárguense de aquí. Yo lo que quiero es dormir.

Tuvieron que buscar otra posada. Esta vez llegaron hasta el albergue de los pobres. Este albergue estaba junto a un establo, en donde solo había un buey. San José llamó a la puerta:

– Pido cobijo, mi buen amigo, por solo una noche. Mi esposa es María, la Reina del Cielo, y madre va a ser del divino Verbo.

– ¿Eres José? ¿Tu mujer, María? Entren, peregrinos.

– Dios le pague esta caridad y le colme el cielo de felicidad.

Y como el albergue esa noche estaba lleno, José y María tuvieron que conformarse con el establo. Como compañeros de morada, el buey que dormitaba allí y la mula en la que había viajado María.

La llorona

Hace muchos años en la Ciudad de México, cerca de Xochimilco, se escuchaban los tristes lamentos de una mujer.

– ¡Ay mis hijos! Qué será de ellos – decía una voz perturbadora.

Mientras se escuchaba a la mujer misteriosa, los temerosos habitantes de la ciudad se encerraban en sus casas a base de lodo y piedra. Tampoco los antiguos conquistadores se atrevían a salir a la calle, pues los gritos de aquella mujer eran realmente espeluznantes.

Los rumores decían que se trataba de la llorona, una mujer vestida de blanco con cabellos largos y aspecto fantasmagórico, que flotaba en el aire con un velo para cubrir su horripilante rostro. Lentamente vagaba por la ciudad entre calles y plazas, y quien llegó a ser testigo de su presencia dice que al gritar, ¡ay mis hijos!, agitaba sus largos brazos de manera angustiosa, para después desaparecer en el aire y seguir aterrorizando en otras partes de la ciudad con sus quejidos y gritos.

Mientras la llorona recorría las plazas, lloraba desesperada, después de un tiempo se dirigía al río hasta perderse poco a poco en la oscuridad de la noche, y así terminar disolviéndose entre las aguas. Esto pasaba todas las noches en la ciudad de México y tenía verdaderamente inquietos a sus habitantes, pues nadie sabía la causa de aquellos lamentos.

Algunas personas decían que la mujer tenía un enamorado, con el cual nunca había podido casarse gracias a que la muerte la había sorprendido inesperadamente. Al morir el hombre se quedó solo y triste, y descuidó a tal punto a sus 3 hijos, que los pobrecitos se quedaron huérfanos sin que nadie les ayudara. A causa de esto la mujer regresaba del más allá para cuidar de sus hijos, y los buscaba desesperadamente a través de gritos y lamentos.

Otra versión cuenta que hace mucho, vivía una madre junto con sus tres hijos. El padre de los niños los había abandonado hace mucho tiempo, hasta que un día, aquel hombre regresó. El hombre volvió cuando los pequeños se encontraban solos en casa y cuando la madre regresó a su hogar buscó a sus niños pero no los encontró, ni a ellos ni al hombre.

Salió y buscó por el pueblo llorando y gritando los nombres de sus niños sin poder encontrarlos. Con el pasar de los años, su búsqueda continuó, pero sin éxito alguno y tras tanto esfuerzo, la mujer falleció de la tristeza. Desde entonces su espíritu errante vaga todas las noches buscando a sus hijos, llorando y lamentando por los alrededores de los pueblos.

El fuego y los animales

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo los animales hablaban y hacían cosas de personas, pero como no tenían fuego y aún no existían los fósforos, los pobrecillos se veían en la necesidad de comer comida cruda, lo cual no les gustaba del todo.

En ese tiempo el jaguar no tenía sus manchas, era de un solo color, amarillo y nada más. Un día mientras estaba tomando el sol en una montaña, el sol lo observaba con atención. Al señor sol le dio tanta lastima ver que tanto él jaguar como los animalitos sufrían comiendo comida cruda, que decidió hablar con el jaguar y decirle:

– Jaguar te voy a dar una cosa que usarás y compartirás con los demás animales.

– ¿Es algo para comer?– le preguntó el jaguar.

-Es fuego, levanta esa rama con pasto seco, que yo te la encenderé- contestó el sol.

El jaguar agradeciendo el buen gesto del sol corrió con la antorcha encendida, pero no la compartió con los demás animales. Tarde o temprano todos los animales se enteraron de la valiosa posesión del jaguar. Entonces fue la lechuza a pedirle un poco de fuego, pero el jaguar no quiso darle. Después mandaron a la Vizcaya pero el jaguar se negó y comenzó a rugir logrando ahuyentarla. Por último llegó un astuto zorro que logró engañar al jaguar y le robo un poquito de fuego. El zorro corrió y corrió, hasta que el jaguar tropezó con una piedra y se manchó.

Al final el jaguar quedó con machas, solo y con mal humor por no haber compartido el preciado fuego. El resto de los animales gozaron del fuego y vivieron felices para siempre.

La leyenda de Tepoztécatl

Tepoztécatl nació de una princesa cuyo embarazo fue producto del amor de un pajarillo. El pequeño, fue nombrado por su madre como Tepoztécatl. Ella era inmensamente feliz con su niño, sin embargo, cuando los padres de la princesa se enteraron de aquel bebé, se molestaron mucho con ella, ya que no estaba casada, por lo que la obligaron a abandonar al niño lejos de su hogar.

Al abandonarlo, la princesa lo dejó cerca de un hormiguero, fue entonces cuando las hormiguitas lo alimentaron con gotas de miel que obtenían de un panal de abejas. Poco después de alimentarlo, las hormigas dejaron al bebé cerca de un maguey. Al tenerlo entre sus pencas, el maguey lo cobijó y alimentó con el aguamiel que llevaba en su interior. Tiempo después el maguey lo colocó en una caja y lo puso sobre las aguas del río Atongo, hasta que una pareja de ancianos que vivían en Tepoztlán lo encontraron y criaron como si fuera su hijo.

El pequeño Tepoztécatl creció hasta convertirse en un fuerte y hábil guerrero. Un día una malvada serpiente llamada Mazacóatl apareció por Xochicalco amenazando a los habitantes de aquel pueblo. El padre adoptivo de Tepoztécatl fue elegido para acabar con aquella espantosa criatura, pero el hombre se encontraba muy viejo y cansado, por lo que Tepoztécatl decidió tomar su lugar y luchar contra la serpiente. Para ello el joven tomó muchos trozos de obsidiana y al estar luchando contra la criatura le cortó las entrañas con los cristales, terminando así con su vida.

uando regresó a su pueblo Tepoztécatl se convirtió en su héroe,  todos celebraron su victoria y lo nombraron Señor de Tepoztlán y sacerdote del Dios Ometochtli. Años después Tepoztécatl desapareció y se fue a vivir para siempre a la pirámide que se encuentra en la cima del cerro del Tepozteco.

El hijo del maguey

Cuenta la leyenda que una doncella llamada Xóchitl le hizo un bonito regalo a Tecpancaltzin: una jícara de miel de maguey. Al recibir este obsequio el monarca se enamoró perdidamente de aquella mujer, tanto así que se quedó con ella en su palacio. Tiempo después la pareja tuvo un hijo llamado Meconetzin, es decir “hijo del maguey”.

Al crecer el niño, se rumoraba por el pueblo sobre su peculiar aspecto, ya que tenía el pelo rizado en forma de tiara. Por ese entonces había una profecía que decía: “El pueblo tolteca tendrá su fin cuando suba al trono un rey de pelo crespo en forma de tiara y cuando la naturaleza engendre conejos con cuernos de venado”. Tras recordar dicha profecía el pueblo se encontraba muy preocupado y ¡con justa razón!

Pasados algunos años, Meconetzin se convirtió en rey y se cambió el nombre a Topiltzin. Al principio fue un rey pacífico, muy querido y admirado por su pueblo, pero repentinamente se volvió un rey malvado y tirano.

Un día los monteros de Topiltzin cazaron un extraño animal: un conejo con cuernos de venado. La noticia se esparció por la ciudad y todos se asustaron al recordar la profecía. Al poco tiempo empezaron a suceder desastres naturales, huracanes, plagas, sequías e inundaciones.

La población moría poco a poco y por desgracia vivían una guerra con los reyes de Xalisco, quienes habían aprovechado la situación e invadían sin piedad el territorio tolteca. En la batalla por defender al pueblo murieron Tecpancaltzin y Xóchitl, quienes combatían en primera fila; Topiltzin, huyó aterrado a esconderse en una cueva de donde no volvió jamás. Así la profecía se cumplió y el imperio tolteca se extinguió.

Quetzalcóatl

Cuenta la leyenda que cuando se creó el mundo, los dioses y los seres humanos vivían felices y en armonía. Sin embargo, el único que no estaba contento era el dios Quetzalcóatl, quien veía como los dioses se aprovechaban de los seres humanos, se sentían superiores y los hacían menos.

Molesto con esta situación, Quetzalcóatl decidió transformarse en ser humano para compartirles a las personas toda la sabiduría y conocimientos que los dioses poseían.

Al llegar al mundo de los humanos viajó por muchas tierras hasta llegar a la ciudad de Tollan, donde encontró a sus pobladores haciendo un sacrificio dedicado a su hermano Tezcatlipoca. Al observar este acontecimiento, detuvo el sacrificio y les explicó que él venía a ofrecerles una ciudad eterna, llena de flores y buena vida.

De pronto el cielo se despejó, las nubes desaparecieron y salió el sol. Quetzalcóatl les compartió sus conocimientos, y les explicó a las personas cómo era la vida con igualdad y humildad. Desde aquel día se convirtió en un ejemplo a seguir y todo un símbolo para los pueblos precolombinos.

Por qué los perros se huelen la cola

Cuenta la leyenda que hace muchos, muchísimos años, en un pueblecito de México, los perros del lugar se sentían muy tristes. Ellos eran muy bondadosos y se comportaban con mucha fidelidad hacia los humanos: siempre les acompañaban, estaban a su lado, les ayudaban en las tareas del campo…

Los perros se convirtieron de esta forma en los animales más leales para los humanos. Y sin embargo, ellos estaban tristes. ¿Sabes por qué? Porque a pesar de que ellos se esforzaban en portarse cada vez mejor con los humanos, muchos de ellos les maltrataban o simplemente les mostraban indiferencia o desprecio.

Para hablar de este problema, un día, decenas de perros se reunieron en Asamblea. Consideraban que era una situación muy injusta y necesitaban encontrar la solución. Y después de mucho hablar, llegaron a esta conclusión: necesitaban la ayuda del dios Tiáloc. 

Al terminar la reunión, escribieron una carta par enviarla a este dios. Pero les quedaba lo más importante. ¿Quién se encargaría de llevar la carta? El dios Tiáloc vivía muy, pero que muy lejos… Decidieron que tendría que ser un perro con muy buen olfato para encontrar el camino. Y escogieron al mejor: un perro negro, muy joven y musculoso con un olfato envidiable.

¡Que contento se puso el perro al ser elegido para una misión tan importante! Sin embargo, cuando iba a partir, preguntó por algo en lo que no había caído hasta ese momento: ¿y dónde guardaría la carta? Después de mucho pensar, el perro más anciano, dijo:

– Lo mejor es que la guardes bajo la cola, porque es el lugar más seguro.

Y así se hizo. El perrito partió contento hacia la morada del dios Tiáloc.

Pero pasaron los años. Y más y más años. Y todavía, a día de hoy, el perrito negro no ha vuelto de su misión. Por eso, desde que partió, los perros se huelen la cola al encontrarse, para reconocer si es el mensajero que vuelve con la carta del dios Tiáloc.

Los beneficios de leer leyendas con los niños de todas las edades

Por si aún no estás 100% convencido de leer estas leyendas con tus hijos (que sería extraño, pero puede pasar) a continuación te vamos a dar aún más razones.

– Conocer más sobre la cultura mexicana

Tanto si sois una familia mexicana como si no, estas leyendas ayudarán a los niños a descubrir algunos relatos propios de la cultura del país. En algunos casos, se trata de historias directamente relacionadas con algunas de las leyendas más ancestrales. Hacer partícipes a los niños de estos cuentos hará que sean más curiosos y tengan más ganas de conocer más sobre lo maravilloso que es México, su gente y su historia.

– Una excusa para pasar un rato bonito en familia

Los cuentos, ya sean leyendas mexicanas o cualquier otro tipo de relato, son la excusa perfecta para pasar un rato fabuloso en familia. Compartir un momento de lectura diaria con tus hijos, es uno de los mejores regalos que puedes hacerles.

– Fomentar el hábito de lectura

La mejor forma para que los niños tengan un hábito de lectura bien establecido y que dure hasta la edad adulta es acostumbrándoles a leer un ratito cada día, desde que son muy pequeños. Los expertos hablan, incluso, de empezar a leerles cuando aún están en la barriga de la mamá pues esta costumbre refuerza el vínculo entre ambos.

– Oportunidad para trabajar la comprensión lectora

A partir de la lectura de estas leyendas, podemos proponer a los niños distintas actividades educativas con las que reforzar algunos de los aprendizajes y habilidades propias de su nivel escolar. Una de las más importantes es la comprensión. Según la guía ‘Aprender a leer de forma comprensiva y crítica’ (apoyado entre otros por la Agencia catalana de cooperación al desarrollo), esta se adquiere cuando se consigue conectar el significado de cada palabra y, de esta forma, construimos el significado de la oración y la idea general del texto completo.

Con información de Guía Infantil

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