El cártel de las cuatro letras ha incluido la participación femenina en cada uno de los escaños de su estructura
El reclutamiento femenino por parte de organizaciones criminales es una realidad. Atrás quedaron los años en los que el rol de las mujeres dentro del hampa mexicano se limitaba a ser el de la esposa abnegada de un capo o un blanco de violencia y negociación pues, poco a poco, su participación se ha convertido en relevante y protagónica.
Si bien existen historias como la de Sandra Ávila Beltrán o Enedina Arellano Félix que llegaron a encabezar grandes operaciones criminales, es actualmente el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en donde cada vez con más frecuencia se identifica la participación femenina no sólo en los niveles más bajos de su organigrama, sino también en su propia cúpula.
En cada uno de los escaños que conforman al que es considerado como el cártel de mayor expansión en México, se han identificado a elementos femeninos cuyas historias se traducen no sólo en el aumento de mujeres que son procesadas judicialmente por delitos de alto impacto, sino también en los cambios existentes de las dinámicas de los grupos criminales que operan en el país.
De acuerdo con cifras de International Crisis Group, la proporción de mujeres acusadas de delitos relacionados con el crimen organizado aumentó del 5.4% en 2017 a 7.5% en 2021. Un año después, la tendencia continuó en aumento pues, datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) refieren que 11 mil 295 mujeres se encontraban sentenciadas o en prisión preventiva por ilícitos similares, lo que representó una tasa de 17 por cada 100 mil habitantes.
Los principales delitos por los que se les acusó fueron homicidio y secuestro, seguido de ilícitos relacionados con armas y contra la salud. Entonces, las investigaciones de la organización civil referían que las mujeres solían ser captadas por grupos criminales a través de su consumo de drogas o sus relaciones personales y sentimentales con miembros de grupos criminales, no obstante, también trasciende el factor del reclutamiento forzado, donde su participación se vuelve sinónimo de supervivencia a entornos de suma violencia, pero también la integración voluntaria.
Una investigación publicada en 2024 por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) señala que las mujeres han estado involucradas en la producción, distribución y venta de drogas, así como en actividades políticas y de lavado de dinero durante décadas, sin embargo, fue en el marco de la llamada Guerra contra el Narcotráfico en 2006 cuando se registró con mayor frecuencia su participación en cuerpos de ejecución y secuestro así como en el liderazgo de operaciones financieras y logísticas.
"La diversificación de las actividades del crimen organizado ha creado más oportunidades para que las mujeres se involucren en distintas posiciones [...] Las mujeres pueden tener habilidades específicas que les permiten desempeñarse de manera efectiva en ciertos papeles dentro del crimen organizado, incluso mejor que los hombres", explica el análisis realizado por Valentina Carbonell Galicia y supervisado por Carlos Pérez Ricart.
Entre las principales cualidades que han convertido a las mujeres en objetivo de reclutamiento para organizaciones criminales destaca la tendencia paternalista de los sistemas de administración de justicia, policiales y penitenciarios que no ven a las mujeres como objeto de desconfianza toda vez que la criminalidad ha sido asociada con la masculinidad.
En ese sentido, la capacidad de las mujeres de pasar desapercibidas o de integrarse a entornos hostiles figura como una ventaja para ciertos intereses como, por ejemplo, obtener información valiosa o llevar a cabo operaciones con mayor discreción. Dicho bajo perfil es precisamente el que les permite evadir la atención no deseada de autoridades o rivales. Sus habilidades comunicativas para negociar o establecer vínculos de confianza con las víctimas son también cualidades que el crimen organizado ha buscado utilizar a su favor.
"Las mujeres que han sido objeto de violencia específica, como la violencia sexual, pueden encontrar motivación para su involucramiento en estrategias de intimidad para obtener protección y recursos [...] Es esencial resaltar la diversidad de razones que pueden llevar a las mujeres a participar en extremismos, como la búsqueda de pertinencia, la influencia de entornos radicales, experiencias de abuso y trauma, entre otros, así como destacar que las mujeres pueden encontrar formas de independencia y pertenencia en estos entornos, lo que sugiere un aumento en su participación activa en un contexto de aumento de violencia paralelo", reza el informe del CIDE.
La inclusión de las mujeres en sus filas también representa a organizaciones criminales la oportunidad de reponer elementos ante pérdidas causadas por encarcelamientos, asesinatos o la desaparición de sus tropas. Tanto mujeres, e incluso las infancias, se vuelven foco de atención para las agrupaciones que requieren de mano de obra para sobrevivir.
Dicho factor ha resultado clave para que exista un aumento en mujeres sicarias, secuestradoras o extorsionadoras con cargos más protagónicos necesarios para contrarrestar amenazas. Es así como "el crimen organizado no solo recluta mujeres por ser mano de obra, sino que mercantiliza ciertos estereotipos de género para suplir la demanda de su creciente diversificación y profesionalización".