Aquí te decimos cuáles son las más lindas leyendas y cuentos de Navidad para este mes de diciembre.
La Navidad es una época del año muy especial. Para todos los chicos son días de magia y los adultos disfrutan de los rituales que los hacen felices. Aquí te decimos cuáles son las más lindas leyendas y cuentos de Navidad para este mes de diciembre.
La noticia del nacimiento de Jesús corrió por el pueblecito de Belén con rapidez. Los pastores fueron los primeros en enterarse, y todos querían visitar al recién nacido con algún regalo.
Unos pastores llevaban queso, otros leche… alguno tenía unas preciosas flores para la Virgen María. El que menos, llevaba lana para abrigar al pequeño. Pero había una pastorcita tan pobre, que no tenía absolutamente nada que llevar.
La pastorcita estaba muy triste, porque no quería presentarse allí sin regalo. Se acercó a un pozo y se puso a llorar. Pero de pronto, descubrió en el fondo del agua algo muy brillante… ¡era una estrella!
La pastorcita se puso muy contenta, y con mucho cuidado, echó el cubo al pozo para ‘pescar’ su estrella. ¡Qué ilusión le hizo comprobar que lo había logrado! ¡Que tenía una estrella en el agua del cubo y que sería un regalo perfecto para el niño Jesús!
Durante todo el camino, la pastorcita tuvo mucho cuidado de no tirar su estrella. De vez en cuando iba mirando por si acaso… Y así llegó hasta el pesebre en donde estaba Jesús. Al verlo, se emocionó. El pequeño sonreía y estaba rodeado por muchos otros pastores. Ella se acercó temblorosa pero con mucha ilusión por ver la carita del pequeño al descubrir su estrella..
Pero al enseñarle el cubo, en el agua ya no había nada, porque el techo del pesebre impedía que las estrellas se reflejaran en el agua.. El niño Jesús sin embargo, sonrió, sonrió mucho… aunque la pequeña, disgustada, comenzó a llorar.
Entonces, sucedió algo increíble: de las lágrimas de la niña, comenzaron a brotar estrellas, hasta que una de ellas se hizo grande, muy grande, y ascendió al cielo con un brillo especial. El niño Jesús estaba muy feliz y la estrella, sobre el pesebre, anunció a todos el lugar en donde se encontraba el hijo de Dios.
Desde entonces, todos colocamos una estrella encima del pesebre, que nos recuerda el regalo que más ilusión le hizo al niño Jesús. No fue el regalo en sí, sino el amor con el que la pequeña pastorcita lo imaginó para él.
Cuentan que hace mucho, pero que mucho tiempo, durante una fría noche de diciembre, unos niños se calentaban frente a la chimenea de su humilde hogar. Vivían con sus padres en una pequeña cabaña en medio de la montaña, y sobrevivían gracias a la madera que su padre podía vender.
Era 24 de diciembre, y los niños escucharon de pronto el sonido de alguien que llamaba con suavidad a la puerta. Corrieron a abrir y se encontraron con un pequeño niño que andaba sin zapatos por la nieve, con una simple túnica andrajosa. Tiritaba, estaba muerto de frío y hambre.
Los pequeños, conmovidos, le invitaron a entrar.
– Tienes que acercarte mucho a la chimenea para calentarte- dijo uno de los niños.
– Yo te traeré mi abrigo y mis zapatos– dijo el otro, a pesar de saber que no tenía más…
Uno de los hermanos fue a la cocina y encontró un trozo de pan que su madre guardaba para el desayuno. No dudó en dárselo a su invitado.
El niño recién llegado era muy callado, apenas hablaba, pero miraba con dulzura y agradecimiento.
– Te prepararé una cama junto al fuego- dijo uno de los niños. Y arrancó de su cama la manta para hacer con ella un cómodo y cálido colchón para el recién llegado. Después, todos se fueron a dormir.
Al día siguiente, un dulce sonido despertó a los dos hermanos y a sus padres. Era la música celestial de un coro de arpas y trompetas. Fueron al salón, y los pequeños vieron que su invitado ya no estaba.
Al mirar por la ventana, vieron acercarse a un grupo de niños que brillaban como las estrellas. Tocaban instrumentos de música, cantaban y bailaban.
Entre ellos, caminaba hacia la cabaña el mismo niño que les pidió cobijo la noche anterior, pero ya no vestía harapos, sino finas ropas bordadas con hilos de oro y plata. El niño llegó a la cabaña y dijo a los hermanos:
– Tuve frío y me disteis cobijo. Tuve hambre y me disteis de comer. Fuisteis caritativos conmigo, a pesar de no tener nada.
El niño tenía en la mano una pequeña rama de un abeto, que había cortado de un árbol en el bosque. La plantó junto a la casa y de pronto, la rama creció y creció, hasta convertirse en un frondoso abeto. De las ramas comenzaron a crecer manzanas, nueces, alimentos de todo tipo, y algún que otro juguete.
– Es mi agradecimiento a vuestro buen corazón- dijo el niño mientras se alejaba, rodeado por el grupo de ángeles que seguían tocando y cantando a su lado.
– Sin duda, era el niño Jesús– dijeron los padres de los dos niños.
A partir de entonces, se extendió la tradición de decorar un árbol en Navidad, para recordar aquella visita y el mensaje que el niño Jesús nos dejó.
Cuenta una antigua leyenda cómo surgió una tradición que aún hoy se mantiene en algunas zonas de Rusia: en Navidad, concretamente en Año Nuevo, los niños reciben un regalo, y no es de Santa Claus ni de los Reyes Magos, sino de una doncella muy hermosa a la que llaman ‘doncella de la nieve’.
Hace muchos años, habitó en una región de Rusia un anciano llamado Dez Moroz. Era un hombre muy alto y corpulento. Tenía una larguísima barba blanca y siempre salía con una capa roja que su nieta había cosido para él.
Su nieta se llamaba Snegúrochka, pero nadie la conocía con este nombre, sino con el de ‘doncella de la nieve’. ¿Sabes por qué?
La doncella de la nieve era en realidad un hada, hija del Hada de la primavera y el señor de la escarcha, ‘Frost’. La joven tenía la piel muy blanca y suave y su pelo largo y blanco como la nieve. Vestía de azul, porque era su color favorito, y vivía con su abuelo, en una humilde cabaña en medio de la montaña, alejada de la población. Pero ambos, el anciano Dez Moroz y la dulce doncella de la nieve, salían muchas veces juntos a visitar a los niños y habitantes del poblado más cercano, y les llevaban dulces elaborados por la joven y pequeños animales tallados en madera por el anciano.
A los dos les encantaba hacer felices a los demás, y ver la carita sonriente de los niños al recibir los caramelos y los juguetes.
Dez Moroz había visto muchas veces llegar a Santa Claus en su imponente trineo. Es más: él mismo, como era muy habilidoso con la madera, había tallado uno por si acaso Santa Claus lo necesitaba. Lo tenía guardado en su cabaña. Y una Navidad, Santa Claus paró allí a descansar.
– ¡Ho, ho, ho! ¡Saludos, mi buen amigo!- dijo Santa Claus con un fuerte vozarrón.
– ¡Qué gran honor, Santa Claus!- dijo entonces Dez Moroz al escucharle- ¡Ven, siéntate junto a la lumbre!
Santa Claus se sentó y estuvo hablando un buen rato con el anciano. Ya le conocía, porque le había estado observando muchos años. Entonces le propuso lo siguiente:
– He pensado, mi buen amigo- dijo Santa Claus-, que podrías ayudarme con los regalos… Cada vez tengo más viviendas que visitar, y estoy buscando ayudantes.
– Y yo te lo agradezco, Santa Claus, pero ya ves que soy tan anciano como tú. Y eso que tengo hasta un trineo, ¡ja,ja,ja! Pero espera, tengo una idea. ¿Y si te ayuda mi nieta? Entre los dos sí podríamos repartir los regalos.
– ¿Tu nieta? ¿La doncella de la nieve? ¡Por supuesto! Podéis ir los dos, y si queréis, para que os dé tiempo a preparar los regalos, en lugar de ir el 25 de diciembre, podéis entregar los regalos con el comienzo del Año Nuevo.
– ¡Fantástico!- dijo entonces la doncella de la nieve, que había estado escuchando todo- ¡Qué buena idea! ¡Me encanta!
Desde entonces, algunos niños reciben la visita de la hermosa doncella de la nieve, a la que su abuelo lleva de una casa hasta la otra en trineo. Y sí, muchos de los niños le confunden con Santa Claus, porque también viste de rojo y tiene una barba blanca como él.