¿Sabías que, sin ellos, el internet tal como lo conocemos simplemente no existiría?
En un mundo hiperconectado, donde enviar un mensaje a cualquier parte del planeta toma apenas segundos, pocos se detienen a pensar en la infraestructura que lo hace posible. Lejos de lo que muchos creen, no son los satélites los responsables de la mayoría del tráfico global de datos, sino una red invisible que recorre el fondo de mares y océanos: los cables submarinos.
Desde hace más de 150 años, estos cables han sido fundamentales para el desarrollo de las telecomunicaciones. Gracias a ellos, es posible transmitir voz y datos a través de enormes distancias, uniendo países y continentes con una rapidez y eficacia impresionantes.
La historia de estas conexiones se remonta al siglo XIX, cuando las comunicaciones transatlánticas eran una hazaña. Fue en la década de 1850 cuando gobiernos y empresas se lanzaron a la ambiciosa tarea de conectar el mundo mediante cables submarinos. En 1858 ya existían más de 30 líneas sumergidas, siendo la más extensa la del mar Negro, con 574 kilómetros.
Ese mismo año se realizó el primer intento de conectar Europa con América mediante un cable telegráfico submarino que cruzaba el Atlántico desde Newfoundland hasta Irlanda. El cable, fabricado con siete alambres de cobre recubiertos de gutapercha y protegidos por una espiral de acero, tenía un diámetro de apenas 1,75 centímetros, pero era lo suficientemente resistente para soportar presiones a grandes profundidades.
Hoy, los cables submarinos de fibra óptica dominan las comunicaciones globales. Aunque el uso de satélites ha crecido, más del 90% del tráfico mundial de datos aún se transmite por estas líneas sumergidas, debido a su alta velocidad, capacidad y seguridad.