Descubre cómo el gaslighting generacional y las heridas emocionales de tus papás y abuelos influyen en tu forma de sentir y relacionarte hoy
A veces, compartir una preocupación o expresar una emoción profunda a nuestros padres o abuelos puede ser interrumpido por frases aparentemente inofensivas pero demoledoras: “En mis tiempos no se hablaba de eso”, “No es para tanto” o “Deja de exagerar, hay problemas más serios”.
Este tipo de respuestas, que minimizan o invalidan la experiencia emocional, forman parte de un fenómeno psicológico complejo conocido como gaslighting generacional y representan la transmisión de un mecanismo de afrontamiento disfuncional que se hereda sin ser conscientes de ello.
Lejos de ser un ataque intencional, Psychology Today señala que esta negación emocional es una manifestación directa de las heridas emocionales no sanadas y de patrones de silencio que fueron la norma en generaciones anteriores (principalmente de abuelos y padres).
De inicio, hay que precisar que el término gaslighting proviene de la obra de teatro y posterior película Gaslight, de 1944, donde un esposo manipula a su esposa para hacerla dudar de su propia percepción de la realidad.
Si trasladamos esta definición hacia un contexto generacional, el proceso es similar, aunque no necesariamente malicioso; la intención no es destruir la psique de la otra persona, sino mantener la estabilidad familiar a través de la negación de los problemas.
Este patrón no solo influye profundamente en cómo las nuevas generaciones (millennial y Z) gestionan sus propias emociones, sino que también crea una brecha en la comunicación y la conexión intrafamiliar. Entender el gaslighting generacional es crucial para reconocer, sanar heridas emocionales heredadas y fomentar un diálogo más empático.
Este fenómeno tiene profundas raíces históricas y socioculturales:
Para las generaciones nacidas antes de la década de 1980, particularmente Baby Boomers y la Generación Silenciosa, la supervivencia se basaba en la resiliencia estoica y la primacía de la acción sobre el sentimiento.
Los padres y abuelos que vivieron épocas de posguerra, crisis económicas o grandes inestabilidades sociales aprendieron que la queja o el malestar emocional era un lujo o una debilidad, pues la energía debía destinarse a trabajar y garantizar el sustento.
Además, antes no existía el vocabulario emocional que hay hoy. La terapia psicológica era tabú y se veía como un signo de locura. El mensaje dominante era:
"Los problemas se resuelven trabajando, no hablando de ellos". Esta falta de herramientas para procesar el propio dolor, creó heridas emocionales no reconocidas ni sanadas.
El auge de la salud mental y la psicoeducación de las últimas dos décadas ha dado a las nuevas generaciones un léxico para nombrar y validar sus sentimientos (ansiedad, depresión, burnout…).
Cuando un joven intenta compartir estos términos con sus mayores, la respuesta a menudo es la incomprensión y una minimización del malestar, equiparándolo con otras dificultades históricas:
"No tienes derecho a estar deprimido (...) Nosotros no teníamos internet y estábamos bien", destaca el podcast How to start over, de la revista estadounidense The Atlantic.
En este sentido, al invalidar o negar la emoción de los más jóvenes, el progenitor o abuelo se protege de la incomodidad de confrontar problemas que ellos mismos nunca tuvieron permiso de sentir o abordar; es decir, es una defensa psicológica ante sus propias heridas emocionales no resueltas.
El gaslighting generacional tiene un costo psicológico real en la persona que lo recibe, afectando su capacidad de autorregulación emocional y su autopercepción, a menudo replicando las heridas emocionales originales.
La investigación en psicología clínica de Gross & Thompson establece que la validación emocional es un componente esencial para el bienestar. No obstante, cuando esta falta consistentemente, ocurren varios efectos negativos:
• Duda y culpa: La víctima comienza a dudar de la legitimidad de su propio dolor y piensa que quizá sí está exagerando o que es demasiado sensible.
• Incapacidad para nombrar emociones: La persona gaslighteada aprende que ciertas emociones son ‘peligrosas’ o ‘inaceptables’ y se vuelve incapaz de identificarlas y nombrarlas, a esto se le llama alexithymia.
• Represión y somatización: Las emociones no desaparecen, sino que se reprimen. La represión prolongada de emociones se ha asociado científicamente con síntomas físicos, como dolor de cabeza, problemas gastrointestinales y aumento de la tensión muscular; es decir, las emociones ‘silenciadas’ se manifiestan en el cuerpo (somatización).
• Patrones relacionales disfuncionales: La víctima aprende a invalidar sus propios sentimientos y los de los demás, perpetuando el ciclo en sus futuras relaciones de pareja, amistad o paternidad, transmitiendo así sus propias heridas no sanadas.
Por otro lado, a nivel neurocientífico, la invalidación emocional crónica puede afectar la corteza prefrontal, la región responsable de la regulación de las emociones y la toma de decisiones. Si un niño o joven es constantemente desestimado, la conexión entre el centro emocional (amígdala) y el centro de control (corteza prefrontal) se debilita.
En otras palabras, la persona no desarrolla la habilidad de modular su respuesta emocional porque nunca se le enseñó a identificarla ni a regularla de forma saludable, apunta el artículo Neural mechanisms of emotion regulation: Evidence for two independent prefrontal-subcortical pathways.
Según Psychology Today, romper el patrón del gaslighting generacional y sanar las heridas emocionales heredadas requiere una combinación de empatía hacia el pasado y límites firmes en el presente.
La empatía al contexto, no al comportamiento
Es útil reconocer que la negación emocional no suele ser un acto de crueldad, sino un mecanismo de defensa heredado que surge de las propias heridas no resueltas. El progenitor o abuelo a menudo está respondiendo con el único recurso emocional que conoce. La empatía debe dirigirse al contexto histórico que los formó, pero nunca justificar la invalidación.
Establecer límites claros y asertivos
La mejor manera de protegerse del gaslighting generacional es establecer límites de comunicación:
• Nombrar el acto: En lugar de reaccionar con frustración, nombrar el patrón. Por ejemplo: "Mamá/Papá, entiendo que para ti esto no es importante, pero para mí lo es. Si me dices que estoy exagerando, estás invalidando mi sentir. Necesito que me escuches o detendremos la conversación".
• Validación interna: Es necesario recordar que el valor de una emoción no depende de la aprobación externa. Si se siente mal, es válida; es decir, la validación debe nacer de nosotros mismos.
Buscar apoyo profesional
La terapia psicológica (individual o familiar) puede ser el camino más efectivo para desmantelar estos patrones. Un terapeuta puede ayudar a la víctima a recuperar la confianza en su percepción y enseñar al familiar a usar un lenguaje de validación, pasando del "No es para tanto" al "Veo que esto te afecta, cuéntame más", así como a identificar y sanar las heridas emocionales subyacentes que impulsan estos comportamientos.
Como se puede apreciar, el gaslighting generacional es un recordatorio de que las heridas no sanadas se heredan. Reconocer este fenómeno es el primer y más poderoso paso para sanar el legado del silencio y construir un futuro donde la salud emocional sea la norma, no la excepción.