Tarde y con calzador, pero a Saltillo llegó el concepto en boga del año 2016: gentrificación.
Tarde y con calzador, pero a Saltillo llegó el concepto en boga del año 2016: gentrificación.
No arribó de manera natural, producto de una dinámica interna en la ciudad y su necesidad por definirla y entenderla, sino vía contagio (o imitación, según se vea) gracias a la “curiosa” convocatoria para vandalizar ciertos sectores de la Ciudad de México que se presentó semanas atrás de manera heterodoxa, bajo la consigna de protestar violentamente contra los extranjeros que llegan a vivir por temporadas largas y los mexicanos que invierten en inmuebles de valor histórico-cultural.
Lo llamativo ha sido el momento escogido para las manifestaciones: previo a la presentación de un plan del Gobierno de la CDMX (encabezado por Morena) para paliar la inconformidad. Performance primero para visibilizar el asunto, repuesta inmediatamente después, al estilo de gobierno setentero y populista.
La ONU define la gentrificación como el proceso de renovación y reconstrucción urbana que se acompaña de un flujo de personas de clase media o alta que suele desplazar a los habitantes más pobres de las áreas de intervención.
Con más ganas de azuzar el resentimiento social que argumentos, como es su costumbre, el tema fue importado sin éxito por Morena Saltillo y lo interesante no es su fallida intentona de ponerlo en la agenda pública local, sino el fenómeno que sí sucede en la capital de Coahuila… pero a la inversa.
En Saltillo las personas de clase media o alta, es decir, quienes deberían constituirse como los gentrificadores por excelencia, han ido abandonando por voluntad propia las áreas de mayor valor geográfico en el Municipio, las cuales alguna vez habitaron como sobrevivientes urbanos descendientes de los residentes establecidos originalmente, y paulatinamente van construyendo núcleos poblacionales en terrenos del extremo norte, con dirección a Nuevo León.
Aunque ahí no termina su movimiento. Conforme dichos nómadas (por llamarles de alguna manera) perciben que debido a la interacción social, los nuevos asentamientos han adoptado un cariz popular (del peyorativo “populoso”, o “populacho”), entonces migran una vez más hacia el extremo norte nuevamente (quienes tienen la posibilidad económica de hacerlo, desde luego), en busca de zonas más exclusivas (o inaccesibles para el resto de la población por un asunto de lejanía o inexistente transporte).
“Ya se puso bien naco”, es el axioma que define la relación con sus pares y les motiva para desplazarse. Varias oleadas ya se han presentado en las últimas tres décadas. Huyen del Centro. Se aíslan. Crean un microclima. Así han acabado en los límites territoriales con Ramos Arizpe y Arteaga, en las desembocaduras de los arroyos de respuesta rápida, o dentro de ambos municipios vecinos que integran la metrópoli.
Ocurriría gentrificación, por ejemplo, si los residentes de Jardines de Versalles decidiesen al unísono vivir en la calle Morelos Sur y disfrutar desde ahí sus magnificas vistas al Valle de las Montañas Azules, o los de Country Club concluyesen por fin dejar de inundarse y mudarse a Lomas de Lourdes a fin de recibir, además, una mayor oxigenación gracias a su posición privilegiada por altitud.
Sin embargo no sucederá. La idiosincrasia no cambiará ni por una eventual moda que adopte su sociedad.
Tampoco existe la turistificación. Aquí la palabreja nombra la transformación del espacio público en uno exclusivo para el uso, goce y disfrute de turistas, como advierte Jorge Sequera Fernández en su libro “Gentrificación (Capitalismo cool, turismo y control del espacio urbano)”, (2020).
Para que sucediese eso, de entrada, tendrían que existir turistas en Saltillo, y en la ciudad la dinámica de los foráneos obedece a trabajadores temporales extranjeros o nacionales que llegan por temporadas cortas.
Lo que sí hay, por el contrario, es especulación inmobiliaria.
Cortita y al pie
Diferente situación ocurre en Arteaga. Ahí sí, el boom del ladrillo no se detiene. A destajo. Simultáneos desarrollos en amplias parcelas de la sierra son legalizados por el Municipio bajo laxas autorizaciones de uso de suelo, construcción, adecuación, alineamiento, fusión y subdivisión. Como si fuese una oficialía de partes que simplemente sella oficios, más que una autoridad en la materia que podría negarlos (lo irónico es que la tramitación de miles de hectáreas no supone ingresos bastantes a la caja de Tesorería para cubrir necesidades básicas del Ayuntamiento).
La transformación del ecosistema ocurre gracias a la depredación tolerada que sucede al cambiar la vocación natural de la sierra, de sembradío y producción agrícola, por la vivienda residencial. Ahí está el negocio, naturalmente. En la gentrificación no urbana que, para efectos prácticos y en el caso que nos ocupa, no es otra cosa que descubrimiento de zonas con potencial aparentemente depreciadas en su valor, el desplazamiento de sus pobladores originarios, y la ocupación de las mismas por un estrato superior. Con ayuda oficial, por supuesto.
La fiebre del oro inmobiliario llegó antes que Tesla. Gentrificación rural, es la definición.
La última y nos vamos
En Saltillo, por lo demás, lo más cercano a la palabra es una hipotética señora Gentrificación Dávila Narro, o Gentrificación Arizpe Berrueto.
Y vaya que, aún se abracen unos cuantos al discurso pobrista-socialista, ¡cuánta gentrificación le hace falta al Centro Histórico por su propio bien!