De preferencia, el actual, no el de hace 100 años que usualmente se toma como modelo para definir al contemporáneo en la narrativa oficial...
¿Quién es el saltillense?
De preferencia, el actual, no el de hace 100 años que usualmente se toma como modelo para definir al contemporáneo en la narrativa oficial (cabría cuestionar entonces por qué se usa un arquetipo tan antiguo que ya no corresponde con la realidad social, y nadie hace algo por actualizarlo).
No es una pregunta fácil, pero a fin de responderla con evidencia se gesta una iniciativa pública para redefinir el carácter e identidad del habitante de Saltillo a partir de una serie de sucesos concatenados, en la víspera del aniversario 448 de la fundación de la ciudad que se celebra dentro de un mes: personas salvando a personas de sí mismas en ésa selva de concreto que se ha vuelto la metrópoli en los últimos años. Héroes, en una palabra.
De un tiempo a la fecha el fenómeno se volvió común: gente alertando a la colectividad con aventarse desde lo alto de un puente, o en paralelo a las vías del tren. Un grito de auxilio simbólico, presente en la representación.
“Que se aviente ya, pero que no detenga el tráfico”, era el comentario desnaturalizado pero casi generalizado.
Sin embargo una racha de generosidad y solidaridad, empatía, ha servido como pretexto para cambiar la narrativa: en cada banqueta de cada cuadra de cada manzana vive un héroe, en situación de reposo. Los actos altruistas individuales para hacer del Municipio un lugar mejor se multiplican.
Una visión muy lejana del taciturno, huraño y ultramontano que habita en El Valle de las Montañas Azules y hace de su afición a las cosas gratis el modus vivendi; un concepto que deja de lado el egoísmo e individualismo que nos distingue desde tiempos inmemoriales, y que se ha maximizado en los últimos años gracias al mundo digital.
¿Acaso se gesta un cambio social generacional en la relación con el prójimo, o una vez más apelamos a los falsos triunfalismos y una idea de nosotros mismos que no corresponde con la realidad?
Si nos basamos en el canon oficial, el “clima benigno” que presume nuestro escudo de armas municipal es evidente que ya no existe. La “tierra rica” tampoco, a juzgar por la escasez de agua. Los “hombres fuertes”,
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ejemplificados por “Los siete magníficos” (Francisco de Paula Mendoza, los hermanos Federico y Roque, de apellidos González Garza, los hermanos Vito y Miguel, de apellidos Alessio Robles, Artemio de Valle Arizpe, y Julio Torri) nacieron hace 150 años en promedio, y el más próximo falleció hace 55 años.
El mobiliario urbano, por su parte, paulatinamente se ha vuelto hostil para desincentivar la recreación y el esparcimiento. Superficies duras, sin bancas ni árboles, prevalencia de ángulos incómodos o sutiles púas intercaladas que impidan detenerse a descansar o simplemente contemplar lontananza. Arquitectura ideada para la repulsión: disuadir a las personas de utilizar los espacios públicos, impedir multitudes, evitar el desgaste por el uso.
En ese contexto, el saltillense está condenado a circular y jamás detenerse. Del movimiento hacia la inmovilidad absoluta en una ruleta de circularidad.
Existe un Saltillo del bulevar Nazario Ortiz Garza hacia el Norte, y otro en el resto de los puntos cardinales. Unos marginados con conocimiento de causa, y otros por las circunstancias socioeconómicas. Una sociedad de ofendidos y resentidos, con razón histórica o sin ella, donde perduran atavismos y se rechaza la progresía en cualquiera de sus manifestaciones.
El grueso poblacional en Saltillo no depende ni de los terratenientes ni de las familias de dinero viejo (en ambos casos, generacionalmente venidos a menos). Por el contrario, como toda metrópoli en ciernes, sobresale una clase que vive tentada por los bienes de consumo pero no tiene ahorros; tiene acceso al lujo, aunque dificultades inmensas para costeárselo.
“La clase media decimonónica -escribió el español Enrique Tierno Galván en 1952- está satisfecha con lo que tiene, pero no con lo que es”.
De ahí nace la necesidad de redefinir al saltillense y los códigos de conducta que nos identifican como denominador común.
Cortita y al pie
A contracorriente de las hordas en pijama que deambulan por sus calles mostrando un look más cercano a Ecatepec que a Texas, de la noche a la mañana somos la capital vaquera de México, el rodeo es nuestro deporte favorito, y la música country inunda por decreto el espacio radioeléctrico. Factores exógenos a la personalidad como huellas de identidad impostadas. Una sociedad catequizada al ‘vaquerismo’ de ocasión en
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detrimento de su vocación pandilleril. Una batalla silenciosa por la supremacía estética.
Y ahora también somos el escenario experimental de la película “Cadena de Favores” (2000).
La última y nos vamos
En un lugar donde la resta es el signo distintivo de la comunidad, un movimiento de buena voluntad en ciernes necesita para subsistir la multiplicación (en este caso, de las buenas acciones).
Para cambiar la dinámica social, en cambio, se necesita llamar a las cosas por su nombre y reconocer el problema. Visibilizar lo que somos, aunque no guste lo que refleja el espejo.
Y antes de honrar al saltillense con características que no posee (por lo menos no intrínsecamente), dejar de simular, acaso nuestro verbo favorito.