Este 12 de diciembre, el Papa León XIV presidió una misa especial en la Basílica de San Pedro, en honor a la Virgen de Guadalupe
Ciudad del Vaticano.– Este 12 de diciembre, en el marco de la celebración en honor a la Virgen de Guadalupe, el Papa León XIV presidió una misa especial en la Basílica de San Pedro, donde dirigió una profunda homilía centrada en la esperanza y el acompañamiento que María brinda a los fieles.
Minutos antes de las 4:00 de la tarde, el Pontífice ingresó a la procesión solemne que abrió la liturgia guadalupana. Al concluir el recorrido, incensó el altar y la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, iniciando la celebración con la señal de la cruz y pronunciando la fórmula inicial en español, gesto que resonó entre los miles de devotos en todo el mundo.
Una homilía guiada por la alegría que transforma
Inspirado en la frase evangélica “María trae la alegría de Dios donde la alegría humana no es suficiente, donde el vino se termina” (cfr. Jn 2,3), el Papa León XIV invitó a mirar a la Virgen como la Madre que guarda, acompaña y despierta la esperanza de los pueblos.
Desde el pasaje de Sirácide hasta la Visitación, el Pontífice destacó cómo la presencia de María “endulza la Palabra, transforma la vida y abre el corazón a la alegría que viene de Dios”.
Oraciones a la Virgen Morena
En el centro de su homilía, el Papa confió varias intenciones a Nuestra Señora de Guadalupe, pidiendo por:
La unidad de las naciones, para que no se dividan en facciones irreconciliables y reconozcan la dignidad de cada persona.
Los jóvenes, para que encuentren fuerza, claridad y valentía en sus decisiones.
Quienes han migrado o se han alejado, para que se derriben muros y puedan regresar a casa los que están perdidos.
Las familias, educadores y formadores, para que se mantengan firmes en la verdad del Evangelio.
El clero y la vida consagrada, para que crezcan en fidelidad cotidiana.
El sucesor de Pedro, pidiendo a la Virgen que haga fecundo su servicio de unidad en la Iglesia.
La homilía culminó recordando el mensaje guadalupano que por siglos ha llenado de consuelo a millones de fieles:
“¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?” (cfr. Nican mopohua, 119).