No se trata de negar el origen, sino mostrar cierta lealtad al país que los acoge: "Ondear la bandera mexicana ahora enciende las brasas del racismo", plantean líderes hispanos.
Detrás, un coche quemado, una humareda y una pinta que reza: "Fuck ICE"; al frente, un hombre joven tatuado y una bandera de México más grande que él, ondeando a lo largo y ancho y en el plano subliminal de todo ello hay un mensaje: el caos tiene una firma y no es estadunidense.
Entre las consignas y pancartas de las manifestaciones a favor de la inmigración en Los Ángeles que terminaron en disturbios, líderes migrantes como José Guadalupe Gómez observaron con preocupación a los asistentes que ondeaban por todo lo alto banderas mexicanas para oponerse a las redadas de la Agencia de Inmigración y aduanas (ICE) y la presencia de la Guardia Nacional.
Vio flotar al lábaro patrio que levantaban algunos con orgullo a pesar de la alerta previa, porque estadunidenses ya habían agredido en otras ciudades a gente que porta estandartes extranjeros y por eso advirtió con la experiencia de 40 años de activismo:
"No usar la bandera de México y otros países en estos tiempos de xenofobia".
Guadalupe Gómez, con credenciales de vicepresidente de la Federación de Clubes Zacatecanos del Sur de California, miembro del Consejo de Federaciones Mexicanas en Norteamérica y presidente honorífico del Frente Cívico Zacatecano, llegó a esta conclusión que cobra popularidad entre líderes migrantes.
"No se puede exigir respeto, derechos y legalización en un país mientras se agita el símbolo de otro", advierte en entrevista
"Es como torear a las avispas cuando quieres miel".
El mensaje tiene especial dedicatoria a 4.5 millones de mexicanos que, según el Pew Research Center (PEW), una organización que se enfoca en análisis de las etnias, continúan sin documentación en la Unión Americana, pero también para otros interesados por sus relaciones parentales, afectivas o económicas.
Derivado del estudio de los datos del censo en Estados Unidos, el PEW reveló que la población de origen mexicano (con o sin documentos) representan el 60 por ciento de la población latina, que en 20 años –del 2000 al 2021– pasaron de 21 a 37 millones y que su edad promedio es de 28 años, es decir, con toda una vida por delante.
"Ondear la bandera mexicana ahora enciende las brasas del racismo", describe Gómez.
"Es como si un millón de gringos fueran a México a plantar la bandera estadunidense en el Zócalo. ¿Cómo reaccionaríamos nosotros? Pues igual reaccionan ellos".
No es que él reniegue de su identidad –al contrario, la lleva en el alma, aclara–, pero insiste en que hay momentos para mostrar, con estrategia, cierta lealtad al país que los acoge.
"Estamos aquí porque México nos expulsó. Nos negó salud, educación, trabajo. ¿Y aun así venimos a ondear su bandera mientras pedimos ayuda? ¿Qué mensaje estamos dando?", declara.
En otros tiempos fue diferente, recuerda. Había apertura, figuras de interlocución como Antonio Aguilar, aquel charro que sirvió de puente con Ronald Reagan para lograr la amnistía de 1986 que dio ciudadanía a 2.7 millones de foráneos.
"Hoy no hay nadie así, y sin esa figura, más que nunca, necesitamos prudencia", recomienda Gómez.
Una visión similar se ha instalado incluso entre algunos de los medios de comunicación y sus plumas más pro migrantes, como el columnista Gustavo Arellano de Los Ángeles Times.
"¿Por qué ondear la bandera de otro país y no la de Estados Unidos? ¿Cómo se ganará con esto el apoyo de los opositores que gobiernan la Casa Blanca y el Capitolio? ¿No es ridículo burlarse de Trump y sus partidarios en vísperas de lo que promete será una ofensiva contra las deportaciones sin precedentes en décadas?", cuestionó Arellano al hacer eco de las dudas de muchos estadunidenses.
"¿Acaso se puede encontrar un blanco más grande para la migra que el rojo, blanco y verde de México, o los colores azul y blanco de las banderas de los países centroamericanos?", argumentó.
La posición del articulista ha sido secundada por populares figuras de redes sociales como el influencer de 12 millones de seguidores en TikTok, Carlos Eduardo Espina.
"La persona promedio en este país se va a preguntar: '¿Qué demonios está pasando' [con el uso de la bandera mexicana]?", dijo en una de sus publicaciones.
Los llamados de atención no dejan a un lado la comprensión de las causas que llevan a los manifestantes al usar las insignias de sus países.
Como observó Arellano, la reacción se debe a que "si los estadunidenses gritan que tú y tus seres queridos se larguen de su país, adoptas instintivamente un símbolo que se opone a tal patriotismo y expresa orgullo por sus orígenes".
Cuando Trump ganó las elecciones se sintió un miedo inmediato, recuerda Vicente Ortiz, líder migrante, empresario en Los Ángeles y presidente de la Asociación de Jaliscienses Unidos en Acción (AJUA).
En sus restaurantes especializados en cocina jalisciense, donde el tequila y las carnitas son protagonistas, la clientela bajó abruptamente.
"Una caída del 30 al 40 por ciento. Fue como si de pronto a todos se les hubiera acabado el apetito o el permiso de disfrutar", recuerda.
El impacto económico coincidió con una incertidumbre generalizada porque no se sabe en qué momento las redadas llegarán a un estado, ciudad o condado.
Durante mayo pasado el ICE y sus socios federales de seguridad detuvieron a casi mil 500 inmigrantes indocumentados durante un operativo policial de un mes de duración, llamado "Patriota".
Pese a ese ambiente –que se vivió también en California en los primeros meses del año– Vicente nunca dejó de portar su guayabera blanca.
"A mí me gusta vestirme como mexicano. No veo porqué tendría que esconder eso", asume.
Pero matiza: "Claro, yo tengo documentos, soy ciudadano. Yo entiendo que para quienes no los tienen, cada elección de ropa, cada bandera, cada palabra en español en voz alta, puede ser un riesgo, aún en California, como vimos".
En California, el gobernador Gavin Newsom ha declarado al estado como "santuario", esto es, que la policía local no cooperará con ICE. Y si bien esta decisión ha sido un amortiguador importante contra la intervención federal, también constituye una afrenta directa a la furiosa administración de Donald Trump que envió en los últimos días a la Guardia Nacional.
"Como hemos visto, si los agentes de ICE van a un lugar público o a una casa por una persona, pueden llevarse a todos los que estén ahí si no tienen documentos, aunque no tengan nada que ver con la persecución de supuestos criminales", explica el líder migrante Ortiz.
La organización AJUA ha recomendado evitar puntos de riesgo como aeropuertos, estaciones fronterizas y zonas con retenes.
"No se trata de esconderse, pero tampoco de exponerse innecesariamente. La prudencia no es miedo, es inteligencia colectiva", arguye.
"Nosotros seguimos organizando nuestros eventos culturales y cívicos: el Grito [del 15 de septiembre], las Fiestas de Octubre [que se celebran a fines de ese mes y principios de noviembre], los festivales gastronómicos.
"Pero lo hacemos con respeto al país en el que estamos. Siempre está la bandera de Estados Unidos presente. Siempre cantamos su himno. No venimos a imponer, venimos a coexistir", explica Vicente con convicción.
Aun así, admite que algunos cambios son visibles. Aunque en las protestas destacaron las banderas tricolores, lo cierto es que ya hay mucho menos camionetas que las portan o gente que las pone en sus casas.
Para Vicente, esta "autocensura visual" no es del todo negativa si permite proteger a los más vulnerables. Pero también insiste en que la mayoría de los mexicanos en Estados Unidos no están en situación irregular y pueden navegar sin caer en la confrontación innecesaria ni sumisión vergonzosa.
En una oficina modesta del noreste estadunidense, donde los muros se adornan con bordados oaxaqueños y los estantes rebosan de libros bilingües, Teresa Ibarra considera que las raíces son una fortaleza.
"Aquí no se promueve el miedo", afirma.
Al frente de Lazos, América Unida, una organización que defiende los derechos de los migrantes mexicanos en Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut, Teresa ha hecho de la cultura un escudo.
"Seguimos saliendo, celebrando. No hay amenaza que nos impida danzar, pintar, cantar. El arte es nuestra forma de decir: aquí estamos con visibilidad sin confrontación".
Treinta años atrás ella cruzó sin papeles, y con el tiempo tejió redes, construyó comunidad y se convirtió en un puente entre culturas.
"Soy indígena, nieta de mujeres medicina. He vivido la exclusión. Pero si no me destruyeron en México, no permitiré que me borren aquí".
Ese espíritu lo ha trasladado a generaciones más jóvenes, que aun en contextos de censura –como la limitación de símbolos extranjeros en ceremonias escolares– encuentran nuevas formas de expresar su raíz: trajes típicos, plumas, arte visual.
"Ser mexicano no depende solo de una bandera", insiste.
La estrategia en sus marchas es clara: portar la bandera de Estados Unidos. No como símbolo de renuncia, sino de pragmatismo.
"Queremos que se reconozca nuestra aportación aquí. Eso no nos hace menos mexicanos".
Aun así, Teresa advierte: hay una línea delgada entre la estrategia y la autocensura.
"El miedo puede paralizar o movilizar. Tú decides".
Todavía a principios de enero pasado, las redes sociales de muchos mexicanos en Estados Unidos eran un espacio para compartir.
"Hola, feliz año desde Atlanta", "Bendecido lunes, aquí en el taller de costura", escribían los migrantes con fotos de loncheras, de botas manchadas de concreto, de sus hijos con gorras bordadas con los colores de la bandera mexicana.
Pero algo empezó a cambiar. "No era sólo una sensación", dice Natasha MacDowell, consultora digital y creadora de contenido para comunidades latinas en Estados Unidos.
"Los posteos se fueron apagando. Como si alguien hubiera bajado el volumen a nuestra voz digital".
Para finales de mayo (y hasta la fecha), las cuentas que antes publicaban memes, recetas, imágenes de altares con veladoras y fotos familiares, apenas tenían uno o dos posts. Algunas estaban en completo silencio. En vez de los típicos feeds llenos de vida cotidiana, ahora había más publicidad. A primera vista, parecía un cambio de algoritmo.
Pero la explicación más profunda estaba en el silencio por supervivencia.
"La represión no solo se vive en la calle, también se siente en el aire digital", explica Natasha.
"Hay un ambiente hostil, uno donde hablar español, ondear una bandera mexicana, o simplemente nombrar a México se siente como un riesgo".
Desde que las políticas antiinmigrantes comenzaron a endurecerse, muchos llegados de fuera han optado por el silencio. No solo por temor a ser deportados, sino también para proteger a sus hijos, sus trabajos, sus pequeñas rutinas.
La autocensura digital ha calado profundo. Natasha menciona que los grupos en redes que antes estaban activos con información sobre eventos, tiendas, rifas o cumpleaños, ahora solo tienen interacción en publicaciones sobre "retenes" o puntos de control migratorio.
"Antes esos posts tenían mil comentarios. Ahora apenas tienen unos pocos. Es como si la gente quisiera seguir informada, pero sin exponerse".
Algunos han migrado a grupos más cerrados, incluso a cadenas de WhatsApp. Otros prefieren la invisibilidad.
Pero el miedo no solo viene a causa de las autoridades. También hay temor de otros usuarios. Según Natasha, los migrantes latinos enfrentan ataques por dos frentes: desde voces conservadoras estadunidenses que los acusan de "quitar empleos", "no pagar impuestos" o "vivir del gobierno", y también de algunos mexicanos que viven en el país de origen y ven su silencio como cobardía o como castigo merecido.
"Publicas algo sobre una injusticia y te dicen: Pues para qué se fueron', 'Eso les pasa por querer dólares'".
"Este país [Estados Unidos] está hecho de muchas voces. Y si las nuestras se apagan, el país también pierde parte de su alma", concluye Natasha.
"Que no nos vean no significa que no estamos. Pero si nos dejamos de ver nosotros mismos, nos borran del mapa".