“Nada hay más surrealista que una pastorela”, comenta en entrevista el actor de 75 años, en vísperas de la Tradicional Pastorela Mexicana que tendrá temporada hasta el 29 de diciembre
Édgar Vivar regresa a la pastorela después de décadas, como abuelo sabio que guía peregrinos a Belén en el claustro del Centro Cultural Helénico, con la puesta en escena producida por Rafael Pardo Ortiz, con el lema: “Reír como niños”.
“Ya tenía yo tiempo de no hacer pastorelas, y todo ese aspecto tan desenfadado y tan surrealista. ¿Algo más surrealista que unos pastores mexicanos vayan a Belén en un recorrido de hora y media?”, planteó.
Cuenta que en una conversación con el productor, Pardo Ortiz le comentó que alguna vez lo había visto en una de las pastorelas que se se montan desde hace medio siglo en Tepotzotlán y en las que Vivar actuó durante una década. Y entonces le prometió que cuando produjera una iba a invitarlo a participar.
“Mi personaje, Don Goyo, es un bombón, lindo, sencillo, entrañable. Dice un parlamento: ‘Los dichos de los viejitos son evangelios chiquitos’. Es el abuelo de los pastores que pecan de inocentes y confiados. Y él, con un poco más de experiencia, les va advirtiendo de los peligros de ir a Belén, aunque también sucumbe a las tentaciones del diablo. Mi papel es la sabiduría, la precaución”, explica.
En la tradición de la pastorela novohispana, difundida por los franciscanos para evangelizar, los siete pecados capitales, representados por sendos demonios, tientan a un grupo de pastores indígenas que buscan llegar a Belén para conocer al recién nacido Jesús, que son custodiados por el Arcángel San Miguel y su escudero San Rafael montado en un burro. En el montaje de Pardo Ortiz, la batalla entre el bien y el mal termina en una gran fiesta mexicana que emula una corrida de toros y una pelea de gallos.
La risa y la comicidad han acompañado literalmente desde su nacimiento a Édgar Vivar, quien llegó al mundo un 28 de diciembre, Día de los Inocentes. Incluso las llevó a la escuela donde, en su salida de sexto de primaria, al bajar del templete donde dio el discurso de despedida de generación, se tropezó.
“Al principio hubo un silencio sepulcral, porque habían vivido un momento muy emotivo. Después, el primero que se empezó a reír fui yo, por la circunstancia o los nervios. Y la risa es contagiosa. Primero todos se rieron conmigo y después de mí”, recuerda uno de los protagonista de dos de las series de televisión mexicanas más reconocidas en América Latina: El chavo del 8 y El Chapulín Colorado.
Naciste un 28 de diciembre. ¿Llegaste al mundo haciendo bromas?
Fue sin querer queriendo, citando a Chespirito. No lo planeé. Me imagino que a mi madre le hicieron muchas bromas, como que “la habían hecho inocente”, pero todo se había gestado nueve meses antes.
Te toca enfrentar a los diablos en tu cumpleaños. ¿Es broma del Día de los Inocentes?
No. Sí voy a estar celebrando mi cumpleaños en la pastorela. Es una muy buena cábala trabajar en el cumpleaños, se cierra un ciclo y se abre otro trabajando. Para mí es importante, mi trabajo es muy hermoso, lo disfruto mucho y me pagan, no sé si muchos podrán decir lo mismo.
¿Crees que influyó que tu cumpleaños cayera en esa fecha para que te decantaras por la comedia?
No necesariamente. Ha repercutido en el sentido de que es una fecha que está incrustada en muchos países, es una fecha que se recuerda. Con mis amistades, la asociación a ese día era porque antes solían hacer las grandes festividades; ahora ya no, prefiero pasarla más tranquilamente, porque festejar ya está de más. Pero sí agradezco que la gente que se acuerda me hable por teléfono. Y todo ese día está sonando el teléfono desde las 12 de la noche. Tengo la enorme fortuna de que me hablan de todos lados, desde Chile hasta Canadá, porque afortunadamente tengo muchos amigos.
¿Qué pasa con las posadas? Ya casi perdimos la tradición.
Diría que las tradiciones se están transformando, no se han perdido. Ahora las posadas son tecnopop. Las posadas no nada más son un pretexto para ir a bailar. No estoy en contra de hacer fiesta, pero el verdadero espíritu es el regocijo de la Anunciación y recordar la anécdota de la venida del salvador, que es muy hermosa. Ese es un poquito el arraigo de mi generación y de las que aprendí como se celebraba la Navidad, con la letanía, la procesión y el espíritu de celebrar la Navidad muy a la mexicana.
¿Te gusta reír o hacer reír?
Las dos cosas. Soy una persona completamente abierta a la comedia. Me gusta reír. Reír sana el alma. Pero para reír tiene que haber disposición. Y hacer reír es un don. Si Dios te premia con ese don, tienes que repartirlo, compartirlo. Pero, para poder hacer reír, necesitas reír tú.
Hace 60 años empezaste tu carrera en teatro. ¿Qué te llevó a dejar la medicina por la comedia?
Los médicos son muy buenos para contar chistes; me sigo viendo con mis amigos doctores una vez al mes, para pasar lista de cuál de nosotros sigue vivo. Todo fue circunstancial, el único taller de educación artística que había era teatro. Hace cinco días murió Gonzalo Correa, mi primer maestro de teatro, el que me abrió el mundo del arte dramático. Yo era cinéfilo, no teatrófilo. Y gracias a sus clases empecé a leer teatro y descubrí algo que me despertó una sensibilidad y una manera diferente de ver la vida a través de la empatía que se logra al interpretar a un personaje diferente a uno. Eso quería capitalizarlo como médico, la empatía, con los pacientes. Después la vida me convenció de ser actor.
El señor Barriga, Ñoño y tú recibían bullying, ¿qué tiene que ver con la risa?
Aprendí a convivir con esa condición de bullying, a digerirla, porque es muy doloroso sufrir bullying a determinada edad. El niño es una persona muy cruel, yo me refugié en los libros, eso me hizo ver la vida desde otras perspectivas. Aceptaba mi condición, pero no quise caer en el caso del niño bulleado que aguanta todo o no aguanta nada. No iba a solucionar nada peleándome con todo el que me llamara gordo, pero si no marcaba un límite, iba a ser la víctima. Algunas veces me hice de golpes con algunos, pero más o menos pude llevar esa condición mía.
Ahora ya no es tan común, no es políticamente correcto que te bulleen, en aquella época no había atisbo de que eso estuviera mal. Era aceptado, tolerado y a veces fomentado por los maestros. Unas cosas han cambiado para bien; otras no, se han vuelto más permisivas, como la comicidad. Por un lado se ha vuelto la piel más sensible para cuestiones de bullying, pero se ha permitido un lenguaje ‘más liberal’. Yo no le tengo miedo a las malas palabras, no las utilizó, pero no tengo que soportarlas en mi casa si yo no las digo. Pero, así es lo políticamente correcto ahora”.
¿ Roberto Gómez Bolaños te hacía reír?
Sí, mucho. Me hacía reír más con sus conversaciones.
¿Y tu lo hacías reír a él?
Yo creo que sí. Sí. Nos llevábamos muy bien y teníamos chistes particulares.
¿Qué más recuerdas de aquella época?
Lo que más recuerdo era la convivencia que tuvimos desde el principio, fue muy estrecha, seguimos siendo amigos durante mucho tiempo. Hubo diferencias y se perdió, pero al principio éramos un grupo de personas cuya única tarea era divertir a través de nuestra diversión. Yo me divertía mucho en los programas; todos nos divertíamos mucho.
El filósofo Henri Bergson escribió que la risa era sinónimo de inteligencia.
Estoy de acuerdo. La risa es un premio de tu inteligencia. Son dos situaciones que aparentemente no tienen conexión. La inteligencia te premia con la sonrisa, con la risa.
¿Los mexicanos sí nos reímos de todo?
Encontrar por qué se ríe la gente tiene muchas capas. Es parte del entorno, de la circunstancia, de la cultura; lo que puede parecer gracioso en una cultura, no lo es en otra. A mí me cuesta trabajo entender el humor oriental, de los chinos, de India. Son otras culturas; aunque exista la risa, la carcajada, el mecanismo, lo que produce hilaridad es diferente. Mi teoría es que en México es tan adverso el entorno, que para aliviar el sufrimiento, los mexicanos ya no lloran ni se quejan, prefieren reírse.
¿Qué sería para usted un mundo sin risa?
Lo más parecido a un zoológico, partiendo de la premisa que el único animal que ríe es el hombre.
¿Puede alguien olvidar reír?
Creo que sí. Alguna vez conversé con una persona que había sobrevivido al holocausto, que había estado en un campo de concentración. Me dijo que después de eso nunca había vuelto a reír. Qué triste.