Hallan jinetes y payasos en el peligro una adrenalina que se intensifica con el clamor de un público que ya los respeta
Saltillo, Coah.- Se abre el portón y así comienzan los ocho segundos, la vista del público concentrada en el jinete montado sobre el toro, el reloj corre, segundos que se hacen eternos al ver cómo se aferra al pretal y sortea los reparos de una bestia de casi una tonelada de peso, un animal que da patadas al aire tratando de quitarse a la persona que trae encima.
Apenas van tres segundos y pareciera que ya aguantó mucho, en un instante el jinete se ladea sobre el lomo del toro, pero logra sostenerse con destreza, sólo tiene una mano para aferrarse del pretal, la otra debe ir siempre al aire; no debe tocar nada o será descalificado.
Así es el rodeo, un deporte convertido en arte que implica valentía, disciplina y sobre todo pasión porque, si no hay pasión, “no se disfruta lo que se hace, es una adicción a la adrenalina”, relató Armando Dávila Rodríguez, jinete con casi 20 años de trayectoria.
“Es la adrenalina a la que uno se hace adicto, la verdad no pasa mucho por la mente, te concentras en lo que haces, practicas y, entre más lo hagas, se hace cada vez más sencillo. No más sencillo porque los toros siempre son diferentes, nunca van a ser lo mismo, pero te preparas para cualquier cosa que pue-da hacer el animal y esperas lo mejor”.
Enfrentándose al peligro
Dávila Rodríguez es un jinete saltillense; aquí empezó en la charrería, luego pasó a la monta de toros, donde encontró su pasión, enfrentarse a la bestia, durar ocho segundos montando al toro, un deporte al que califica como peligroso.
“Es peligroso porque te estás montando en animales de 800 o 900 kilos, que te quieren matar, hay unos que son más bravos que otros, pero eso es lo que le gusta a uno, la adrenalina”. Es un deporte tan peligroso que, en una ocasión, Armando pasó ocho días en terapia intensiva luego de que un toro lo embistió, pero eso no acabó con su pasión por este deporte que se convirtió en un estilo de vida.
“Como no podemos controlar al animal, muchas veces no es tanto que esté en tus manos si pasa un accidente o no, uno trata de hacer lo mejor estar los ocho segundos arriba del toro, bajarte lo mejor que se pueda, pero a veces no se controla a los animales. A veces te da la oportunidad de brincar o de bajarte bien y a veces no, a veces te tumban y cómo caigas y dónde caigas es parte de la suerte, es parte de la adrenalina y por eso hace esto más peligroso”.
El reloj sigue corriendo, casi acaba, casi llega al final, faltan sólo dos segundos, dos segundos en los que aumenta la tensión, pareciera que el jinete ya no puede más, pero lo logra, suena la chicharra, ha cumplido.
Resistió ocho segundos montando un toro de 800 kilos de peso, la emoción contenida del público finalmente se desborda, todos gritan y aplauden por lo que el jinete acaba de lograr, los jueces emiten una calificación casi perfecta: 91, ese es el puntaje a superar por los jinetes que vienen detrás, probablemente alguno lo logre, mientras tanto ahorita va arriba en la tabla de posiciones.

Todo un espectáculo
El jinete salta del animal y cae en la arena, pero el toro sigue embistiendo, él no entiende de relojes, ni de segundos, ni de puntaje; sigue reparando, arremetiendo contra quien se ponga en su camino.
El vaquero se encuentra frente a frente con el toro, la bestia lo mira y arremete contra él, pero alguien lo distrae. Aparece en la arena un vaquero peculiar, lleva la cara maquillada, viste pantalones bombachos y con barbas a los lados, espuelas brillantes y un chaleco de cuero.
Es el payaso de rodeo, el encargado de atraer la atención del toro hacia él para que el jinete tenga tiempo de correr hacia la reja y resguardarse, él ya ha terminado su trabajo, ahora toca el turno a los payasos.
Salvar la vida de un jinete cuando tienta a su suerte es la misión de un payaso de rodeo, este icónico personaje del rodeo que hasta tiene una de las canciones más reproducidas en los eventos sociales, una canción cuya coreografía es tan peculiar que, así como los jinetes deben aguantar ocho segundos en el toro, las personas deben bailar esta canción de principio a fin sin perder la concentración para seguir los acordes que aumentan de velocidad en cada tiempo.
Un payaso de rodeo enfrenta al to-ro sin más que sus agallas y su pasión por salvar a los jinetes de una posible embestida, su papel es crucial dentro de un circuito de rodeo porque además de sortear a la bestia de casi mil kilos, también debe entretener al monstruo que lo observa desde las gradas, un público que exige diversión y esparcimiento.
Ese es el trabajo que, durante 54 años, lleva ejerciendo José Ramiro Castellano Espinoza, payaso de rodeo conocido en el mundo vaquero con el mote de Sam Bigotes, un personaje que lo ha llevado a viajar por casi to-do el continente a esos países donde se practica el rodeo, un deporte que ha cobrado gran relevancia en Saltillo, bautizada recientemente como la ciudad más vaquera de México.
“Yo tenía 13 años cuando en las fiestas de mi pueblo, en Ciudad Miguel Alemán, Tamaulipas, hacían jaripeos y yo tenía un amigo más grande que yo que ya montaba, me invita a ir a un jaripeo, me animé, me echó la mano y monté un toro, así fue la primera vez que yo comencé, después cada que había oportunidad en los ranchitos de la orilla, ya jineteaba”.
José Ramiro comenzó montando toros, pero la adrenalina no fue suficiente, quería más; pasó de montar a la bestia a enfrentarse a ella y ahí encontró su pasión.
“No duré mucho de jinete de toros porque a mí me gustaba más pelear los toros, ayudar a mis amigos, salvarlos de los toros, entonces ya me metí de payaso peleador, que es donde duré un buen rato”.
Ser payaso de rodeo va más allá de lo cómico, es una responsabilidad muy grande, pues el jinete está concentrado en su toro, en aguantar los ocho segundos, está confiado en que acabando la monta estará a salvo porque habrá alguien que lo apoye para salir ileso de la arena.
“La responsabilidad es mucha porque a veces son 14 o 15 jinetes y tienes que estar al pendiente de todos, tienes que estar muy despierto porque pue-de ser un toro bravo que te embista, no debes de quitarle la vista, debes estar enfocado”.

Comprender al animal
Aun con toda la experiencia que tiene al ser el payaso de rodeo más longevo de México, Sam Bigotes no ha escapado de salir lesionado: una pierna fracturada en dos partes, seis costillas rotas, placa de acero y tornillos en el brazo derecho son las heridas que le ha dejado este deporte y que relata con orgullo porque son recuerdos de las grandes experiencias que ha vivido.
Sam Bigotes aprendió que aunque los animales son impredecibles, se puede entender su temperamento, puede llegar a conocerlos, a saber cómo actúan: “Es una cuestión de respeto”, dijo.
Aunque el peligro es el mismo, la diferencia entre un payaso de rodeo y un torero radica en que los toros de monta son más pesados y más temperamentales, además, el torero tiene ciertos instrumentos para defenderse, un payaso sólo cuenta con su valentía y su pasión, el miedo sólo se utiliza para actuar, para accionarte.

Un adiós que deja paz
El año 2007 fue el año del retiro para Sam Bigotes como payaso peleador, los años le cobraron factura, tuvo que dejar la arena y estar frente a frente contra un toro para enfrentar a otro monstruo, el público.
“El tiempo te va poniendo en tu lugar, te das cuenta de que dices ‘hasta aquí’ cuando crees que hiciste una cosa bien, pero la hiciste con más lentitud. A mí me pasó en un rodeo en Querétaro, según yo ya había terminado cuando el toro me levantó y me mandó al hospital con varios golpes”.
Desde ese día Sam Bigotes dejó de pelar con los toros, le dio paso a los payasos de rodeo más jóvenes con los que comparte su experiencia y su sabiduría. Abandonó las arenas y prefirió las gradas donde enfrenta al público, lo divierte, lo llena de emoción, un trabajo que a veces es más difícil que enfrentarse a un toro.
“Dejé de pelear los toros y ya comencé con mi otra parte, con la comicidad, me gusta mucho ver a las familias, cuando le das un regalito a un niño y te regala una sonrisa que no tiene precio, para mí es una gran satisfacción verle la carita a un niños contentos”.
El miedo es parte del peligro, el peligro se vuelve adictivo y la pasión es lo único con lo que se puede controlar ese peligro, esta es la definición del rodeo, cada una de las personas que participa en los circuitos lleva en su alma la pasión por dar lo mejor de sí en la arena.
Son ocho segundos los que dura una monta, ocho segundos de adrenalina, de pasión, de entrega, de peligro, de miedo, de éxito si se logran, ocho segundos que engloban todo un mundo que abarca la cultura vaquera y el rodeo.