Otorga un significado devoción de la gente a una simple figura, pero que guarda valor, compromiso y tradición.
Saltillo, Coah.- En los rincones de templos antiguos y en los estantes de pequeñas tiendas de artículos religiosos, reposan miles de diminutos objetos de metal, conocidos popularmente como “milagritos”, figuras en forma de brazos, piernas, corazones o animales que son mucho más que simples piezas de hojalata.
Son el reflejo de una profunda tradición que mezcla la fe, la esperanza y el legado cultural de una comunidad. Su presencia en la ciudad es un testimonio vivo de una historia que ha trascendido siglos, fusionando creencias ancestrales con la religión católica.
Una tradición que vive
La práctica de ofrendar milagritos en Saltillo no puede entenderse sin la historia de su origen. La tradición se afianzó en la región a partir de la devoción al Santo Cristo de la Capilla, cuya imagen llegó a la ciudad en 1608, por el comerciante Santos Rojo, trasladado desde Jalapa, Veracruz.
La veneración escaló sobre personas españolas, tlaxcaltecas, indígenas, mes-tizos y esclavos. Sin importar el origen o las condiciones, ha sido adorado por saltillenses de diversas clases sociales, mujeres y hombres.
En 1743, tras la bendición del Obispo de Guadalajara, Josefa Báez Treviño creó la cofradía del Santo Cristo. En ella permitían miembros de to-das las castas, por el cual sólo recaudaban cuotas simbólicas o, en su defecto, limosnas. Josefa sirvió por más de 20 años, pasando el cargo a su hijo adoptivo, Pedro Cuéllar, después a Pedro Solís y Pedro Quintín de Arizpe.
El santo, tras su llegada a Saltillo, fue aterrizado en la Plaza de Armas; posteriormente lo ubicaron en la capilla frente a la plaza después de su construcción, que finalizó en 1762.
Con la celebración de su novenario, el 6 de agosto, los creyentes aseguran que ha realizado más de 400 mil milagros a fieles que han acudido con él, con peticiones desde terminar con las sequías, hasta de proteger a personas de accidentes y enfermedades, confirmando la conexión que existe por parte de la fe de la comunidad saltillense, y que a su misma vez recae con estos pequeños objetos a que cumplan sus deseos a cambio de su adoración.
Desde entonces, los fieles, en agradecimiento por los milagros que se le atribuyen, comenzaron a dejar pequeños objetos como testimonio de sus peticiones y gratitud. Estos objetos son un lenguaje visual que comunica historias de esperanza y devoción, un vínculo entre lo terrenal y lo sagrado que perdura hasta nuestros días.
Cada quien tiene su razón
Hoy en día, los milagritos continúan vendiéndose en diversas tiendas de productos religiosos o en puestos de vendedores ambulantes.
En la tiendita de artículos religiosos La Capilla, ubicada en el Centro Histórico de Saltillo, un lugar que ha sido testigo de innumerables historias de devoción por más de 13 años, y donde los creyentes pueden adquirir sus productos, los “milagritos” en este caso, se obtienen por los precios desde los 10 a 15 pesos; las personas cargan con ellos en sus bolsas, carteras y algunos los por-tan en pulseras y en collares.
Tere Gámez, una de sus trabajadoras, explicó que, para poder agregar la intención divina a estas figuras, deben de ser llevadas a una iglesia y solicitar la bendición de algún sacerdote, explicando el motivo o petición del milagro; afirma con certeza que la fe es la parte fundamental de estos objetos.
“Tener fe no es sólo en creer en alguna imagen, en nuestro Dios, en la Virgen que tengamos proyectado cada quien individualmente; a que no per-damos la fe, porque si tu tienes fe, tienes todo”, comentó doña Tere.
La mayoría de sus clientes, indica, son personas mayores de 40 años que buscan milagritos de brazos y piernas para pedir por la salud, o corazones para el matrimonio y el amor. También, hay milagritos para la protección de carros, hogares y hasta para animales, mostrando la amplitud de las peticiones, que pueden depender de la intención que la persona le adjudique a la imagen es cómo se cumplirá. Ella ha sido testigo de la profunda convicción de sus clientes, que le cuentan los milagros que han presenciado gracias a su fe.
La fe, según la señora Tere, sigue siendo un faro para muchos, incluyendo a los jóvenes: “Se están acercando por la situación en que estamos viviendo, mucha gente se estaba alejando, mucha gente busca ayuda en lo religioso para tener algo porque pedir o sentirse seguros”, comentó.
El regreso de la fe
La religión y estos objetos, como los milagritos, se convierten en un con-ducto para encontrar ayuda y seguridad en tiempos de crisis.
Doña Soledad Esquivel y la señora Blanca Aguilar, dos devotas que visitan con frecuencia las iglesias de la ciudad, comparten esta misma convicción. “La gente lo hace por fe. Si tienen fe, se hace el milagrito e hicieron la promesa de llevar un altarcito”, expresó doña Blanca. Ambas concuerdan en que los milagritos son un vehículo para acercarse a lo divino, no como un acto de adoración al objeto, sino como un conducto para interceder ante Dios.
Doña Soledad hizo un llamado para quienes se alejaron de practicar estas creencias, notando un regreso de las nuevas generaciones a la religión.