La lucha de Otto: una historia de identidad, resiliencia y libertad – Zócalo
La lucha de Otto: una historia de identidad, resiliencia y libertad

. Otto destacó por ser buen alumno, sacar buenas calificaciones y tener pocos amigos. Sabía que era diferente. Foto: Cortesía.

La lucha de Otto: una historia de identidad, resiliencia y libertad

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hace 4 horas

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“¡No te fijes en otro hombre!”

-¿A poco eso estaba mal? Se preguntaba Otto

Otto se identifica como gay y no es sencillo serlo. No se reduce a que le gusten los hombres. Desde niño nunca le gustaron los deportes, pero tenía el compromiso de actuar como varón, aunque en realidad deseaba jugar con su hermana y sus primas a ser princesas y usar tacones, en un mundo en el que simplemente él no podía entrar.

De niño destacó por ser buen alumno, sacar buenas calificaciones y tener pocos amigos. Sabía que era diferente, le gustaba un compañero de sonrisa pícara y no veía nada malo en ello. Sus padres le gritaban “¡No te fijes en otro hombre!”. ¿A poco eso estaba mal? Se preguntaba.

“Con el tiempo me olvidé de aquel chico y gracias a los mayores aprendí a que lo que yo sentía estaba mal, sentir vergüenza por eso. Empecé a enfocarme en otras cosas, pero algo me faltaba, intenté ser popular, ser rebelde pero nunca supe como para qué, porque en mi cabeza siempre estaba eso de sentir algo por alguien igual a mí y sentir que debía ser castigado”.

“Eso me hacía pensar que no me merecía nada bueno y que todo lo malo que me pasaba era por ser así. En la época de la prepa conocí a un grupo de amigos, el grupo de teatro, ahí todos éramos iguales, nadie te juzgaba por ser como fueras, no había diferencias”.

“Ahí encontré una gran arma, ser chistoso funcionaba, pero en mi cabeza seguían las voces de los mayores ‘¡no te sientes tan derecho! ¡pareces niña!’ ‘¡engruesa la voz!’ ‘¡siéntate bien! ¡como varoncito!’ ‘¡no hagas la voz chillona!’ ‘¿cómo que lloras con La Sirenita?’ ‘no seas maricón’”.

Intentó buscar respuestas en grupos religiosos para ser la persona que Dios quisiera que fuera, pero nada cambió, seguía sintiendo algo que le decían que era propio de depravados y de mañosos.

“Eso que tenía que aprender a ocultarlo porque si no lo hacía, me iba a llevar a un mundo de soledad y de rechazo. Entendí que lo que sentía no iba a cambiar, entonces decidí llevar mi carga con madurez y entereza, y cada vez que pasaba frente a una iglesia, después de persignarme pedía: Diosito, por favor, ayuda a minimizar mi carga y la carga de los demás”.

Durante años se castigó con el látigo de la culpa, se preguntaba por qué le gustaban los hombres, le mortificaba que su madre se enterara, se sentía sólo. En una ocasión fue al cine, el mensaje principal de la película era que intentar ser alguien que no eres, siempre acaba mal.


“Entonces ocurrió, la salida del clóset, ese momento en que te sinceras con tus cercanos, donde, literal, sientes una ligereza en todo tu cuerpo y todo se pinta de colores porque ya no te vas a tener que ocultar, pero en mi casa empezaron ¡cómo que eres joto! ¡cómo te atreves a manchar el nombre de tu padre! ¡se me hace que te lo pegaron esos amigos raros que tienes!”.

Con el tiempo lo fueron asimilando, pero con condiciones, que no se enterara su abuelita, le propusieron internarlo “a ver si se te quita lo jotillo”, luego, con mayor aceptación le sugerían ser buen gay, exitoso, fuerte y siempre usar condón.

“Puedo ser tan masculino o tan femenino cómo se me dé mi chingada gana, porque estoy harto, estoy cansado de querer encajar, da igual quien seas, quien te guste o cómo te identifiques, lo importante es ser libres, plenos siendo nosotres mismos, así somos perfectos”, concluye.

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